lunes, 7 de julio de 2014
viernes, 23 de mayo de 2014
jueves, 24 de abril de 2014
Vidas sin color: obra creada por la autora Esperanza Ayala Corma.
Álvaro es un joven con modales tradicionales por la educación
austera recibida por su propia madre. El protagonista de la historia lucha con
denostada insistencia por conseguir el reconocimiento de su propia identidad
sensual y afectiva, denigrada mayoritariamente por el resto de la humanidad. Su
símbolo de honor es ser reconocido y aceptado como cualquier otra persona
honorable que habitamos en este mundo: su búsqueda no es otra que el perseguir
el color de su propia personalidad. El principal fundamento de Álvaro Fernández
es llevar una vida intensa de emociones, como cualquier ser humano desea
compartir su ideología amorosa con la persona que elija su corazón, pero aunque
la sociedad se empeña con falacias en explicar y recodar asiduamente que la
homosexualidad es ya un tema común, habitual y aceptado, no es cierto. Él lo
vive, lo sufre cada día, escandalosamente lo palpa a cada momento: para gran
parte de la humanidad continúa apareciendo como una lacra y un vicio contra el
que se debe luchar y tratar de erradicar: tener un hijo gay es un esquema tabú,
inasumible para cualquier familia. Por muchas razones, Álvaro se ve envuelto en
un mar angosto, sujeto a la tortura de su yo más profundo a la deriva. Parece
navegar por un oscuro y mugriento suelo tachonado de adoquines de rodeno
desgastado en una barriada portuaria desconocida y extraña porque todo a su paso
se mueve bajo sus pies, como si morara avanzando o retrocediendo en una barcaza
la cual se tambalea constantemente a punto de naufragar: el equilibrio de sus
pasos más bien es inestable e inconsistente. Avanzar sí, o retroceder, pero muy
lentamente como avanzan o se repliegan entre diminutos y desérticos lloriqueos
sin voz ni mirada, los sepelios arrastrados por carros funerarios. Siente el
vacío, la quimera, el terror, la nada en el interior de la nada.
El escritor Juan Carlos Céspedes Acosta de Colombia, muy amablemente nos regala sus palabras en el prologo de la novela VIDAS SIN COLOR:
El escritor Juan Carlos Céspedes Acosta de Colombia, muy amablemente nos regala sus palabras en el prologo de la novela VIDAS SIN COLOR:
Siempre he creído que la novela es el género
literario más adecuado para el tratamiento de los grandes temas de la
humanidad, y la lectura de Vidas sin
color, de Esperanza Ayala Corma y Alexandre Flich Arnau, me confirma este
convencimiento.
Desde la
primera página de esta obra, se adentra uno en la vida intensa de un hombre
(Álvaro) por ser honestamente lo que él quiere y sabe que es, pero en un mundo
egoísta, lleno de tabúes y prejuicios, de preconceptos e ignorancia absoluta
sobre la condición humana, esta actitud le genera verdaderas situaciones
estresantes, las cuales se sufren con mayor rigor cuando se relacionan con
aquellas personas más cercanas, porque son los seres de quienes menos se espera
que nos infrinjan dolor.
El camino de
la identificación y asimilación de una verdadera personalidad no es problema si
se realiza dentro de los parámetros establecidos por la sociedad como
“correctos”, pero cuando alguien decide u opta por otra elección, esa misma
sociedad se siente con autoridad para juzgar y censurar al “atrevido”.
El
protagonista vive toda una odisea para llegar a ser, para ser genuino, honesto
con su manera de sentir y pensar. Pero el caso es que se encuentra con todo un
mundo de normas absurdas, que señalan, que marcan y definen lo que se debe ser
y hacer, no importa la individualidad, menos los sentimientos. Es así y punto.
Digo que la
novela es el género de los grandes temas, porque a través de sus episodios se
puede recrear en extenso todas las posibilidades que un personaje vive —sea
real o no—, con todo lo que ello implica. Y es en las relaciones con los demás
donde se empiezan y terminan los conflictos, porque es el “otro” quien me
señala, me juzga y censura. En la propia aceptación no habría problemas, si no
fuera porque hay una opinión latente, sea de alguien individualizado, o la gran
opinión del mundo, que es la suma de todas las creencias que se amontonan en el
curso de los tiempos.
Pero sabemos
que existen personas, y es el caso del protagonista, que se atreven, en un
momento de sus vidas, a enfrentarse a todo con tal de sentirse leales a sí
mismas. ¿Acaso no es privilegio del ser humano, ser honesto consigo mismo? ¿Por
qué ser esclavo del criterio social?, el que incluso no tiene fundamento
científico, ni argumento moral, el que muchas veces nace del abuso, del
capricho o la ignorancia de quien en un momento dado tuvo el poder.
Pero lo
interesante de la novela no es solo la vida del protagonista, hecho que
restringiría la importancia y valoración de la misma desde su dimensión
literaria, sino que cada personaje juega un rol fundamental en el desarrollo y
cohesión desde lo argumental. No hay personaje insignificante, cada uno es
valioso porque aporta al juego creativo y al proceso de generar el tema objeto
del conflicto.
La novela a su
vez nos cuestiona nuestras propias creencias y convicciones, nuestros valores
éticos y morales, nuestra posición frente a la homosexualidad, nuestra
capacidad de respetar al otro, de entenderlo, de ser asertivos. Precisamente
esta intolerancia de algunos es lo que genera el conflicto con el protagonista,
esa incapacidad de aceptación, porque no se acomoda a mis razones, esa
incomprensión del derecho ajeno a ser, según el libre desarrollo de la
personalidad, hecho que todas las legislaciones civilizadas pregonan, pero que
en la práctica siempre será motivo de abuso por su falta de aplicabilidad, de
letra muerta.
Esta obra
presenta además, un serio cuestionamiento desde lo personal, qué tanto permito
que la opinión del otro me condicione, me coarte mi derecho a expresar mi
verdadero carácter, mi desarrollo efectivo como ser humano, seguir mis propias
pautas de vida, de simplemente ser, en el más estricto sentido de la palabra.
Pero una cosa es decirlo y otra ser testigo privilegiado de las peripecias
existenciales de nuestro protagonista, que es lo que usted, amigo lector,
vivirá al abrir Vidas sin color, una
obra escrita con un lenguaje comprensible, sin pretensiones de seudoerudición,
porque el carácter de una obra no se mide por sus pretensiones estéticas, sino
por el valor de su aporte a la cultura del hombre.
Pero también
es un cuestionamiento a lo institucional: sobre la religión y sus dogmas fríos
y deshumanizados, sus juicios hipócritas y posiciones arbitrarias; sobre las
legislaciones anacrónicas de Estados de espalda a los nuevos descubrimientos
científicos, a la realidad sociológica y psicológica; sobre carácter policivo e
inquisitorial de instituciones judiciales y administrativas cuya única actitud
es perseguir y maltratar al que se atreve a ser “diferente”.
No podría
decir que la novela versa sobre la homosexualidad, porque sería mezquino de mi
parte y no haría justicia a la obra, ya que el libro habla sobre uno de los
aspectos fundamentales de la humanidad como es la realización de la persona, y
es la libre expresión de la sexualidad uno de los ejes básicos de la salud
emocional, por ende, de la tranquilidad espiritual.
Una persona
que se acepta a sí misma, es un ser humano que brilla ante los demás. No
implora, ni necesita del permiso de los demás para ser feliz. Es alguien que ha
decidido tomar las riendas de su vida, de hacer respetar su sentir y pensar.
Vidas sin color es un libro que vino para quedarse, el cual tiene todos los elementos
necesarios para ser de cabecera, de constante consulta para entender lo que
viven y sufre personas que se han aceptado como homosexuales, o simplemente
diferentes en cualquier aspecto, y lo importante que es entender y respetar
dicha decisión.
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